X Encuentro Interescolar de Filosofía


Este Jueves 01 de Octubre comienza la X versión del Encuentro de Filosofía, instancia que ha permitido a los jóvenes producir textos filosóficos analizando críticamente diversos tópicos del mundo. No es fácil escribir, exponer y debatir durante dos días con total libertad y respeto, por eso hace unos años comenzamos con este desafío que se ha consolidado como un espacio en donde se vive la reflexión, la crítica y las propuestas frente a los problemas. A continuación presentamos los Ensayos que serán leídos y debatidos y, por lo mismo, invitamos a los lectores a hacer comentarios a los distintos jóvenes que trabajaron arduamente en sus proyectos.

Hernán Quinteros

martes, 29 de septiembre de 2009

El sentido de la vida, Ser más o menos felices.

Tamara Cabrera.
III Medio
Colegio Almenar del Maipo

Una antigua historia judía narra de un hijo que manifiesta a su padre el deseo de casarse con la señorita Katz, «el padre se opone, porque la señorita Katz no aporta nada. El hijo replica que sólo será feliz si se casa con la señorita Katz. El padre le dice: “ser feliz, ¿y de que te servirá esto?”» (1).
Y de hecho esta es una pregunta cuya respuesta tarda en llegar y suele venir acompañada de expresiones vacías y superficiales como “porque se siente bien”, “porque no me gusta ser INfeliz”, o el contundente y definitivo “porque es el sentido de la vida”.


Según Aristóteles, todos los hombres queremos ser felices; según Varrón, el hombre no tiene más razón para filosofar que la de ser feliz (2), y así podríamos seguir eternamente enumerando personajes que consideran la búsqueda de la felicidad uno de los objetivos principales, si no el principal, de la vida. ¿Cuál es el sentido, por ejemplo, de formar una familia, si no el de ser feliz con ella? ¿De estudiar, trabajar, ahorrar, escribir, bailar? Tenemos que admitir que todas nuestras acciones están condicionadas por el hecho de que, directa o indirectamente, nos acercarán aunque sea levemente a la felicidad. Ese es un asunto ya zanjado hace bastante tiempo, y aquel que todavía no lo haya pensado no tardará en caer en cuenta de que así es, el cómo lo hacemos, sin embargo, el cómo llegamos a aquello que ansiamos más que nada en este mundo, nos ha causado más problemas de los que alguna vez pudimos imaginar.

Como Jean Jacques Rousseau dijo sabiamente “todo hombre quiere ser feliz, pero para poder llegar a serlo, deberíamos comenzar por preguntarnos lo que es la felicidad”. San Agustín dice que la felicidad es el acercamiento a la verdad, según Emmanuel Kant, ésta no es nada más que uno de los tantos procesos intelectuales del hombre y no tiene nada, o casi nada, que ver con la emocionalidad, Marx, por otro lado dice que tiene que es el provecho que le sacamos a nuestra actividad laboral. No podemos si no notar la diversidad de las percepciones de este concepto tan crucial en nuestra vida, y que no sólo son múltiples, si no muchas veces pueden llegar hasta contradecirse.
¿A qué se puede deber todo esto? Que quizás la ambigüedad con la que se ha definido tiene que ver con que estamos tratando con un concepto que va más allá de unos instantes fugitivos de alegría; estamos tratando con una visión global de la existencia, y su significado, o mejor dicho significados, son tan amplios que queda en la responsabilidad de cada hombre entregarle los que estime conveniente.

Entonces, hasta ahora, estamos claros; la felicidad es un concepto complejo y es, además y por sobre todo, la razón por la que estamos vivos. Pero ¿significa eso acaso que tenemos que rehuir de la infelicidad?

Es por escapar de este estado reprochable que buscamos con desesperación aquellas situaciones que nos proporcionen dicha inmediata y descartamos aquellas que impliquen cualquier tipo de insatisfacción. Porque el mundo contemporáneo es uno que sostiene una bandera de lucha con payasos de sonrisa impertérrita vendiéndonos grasosas hamburguesas y efervescentes brebajes que prometen entregarnos nada más que el lado positivo de la vida.
Un abismo separa la felicidad enlatada de la felicidad interior. La primera no es más que una eufórica estrella fugaz; mientras dura no podemos sino maravillarnos, mas no podemos esperar ingenuamente que ilumine hasta el alba, y hacerlo sólo logrará que nos encontremos a nosotros mismos llorando en la oscuridad, incapaces de ver la belleza que irradia el resto de la noche. La alegría que basamos en lo externo es una ilusión tan placentera como efímera y no podemos fundar en ella el sentido de nuestra existencia.
Se ha hecho una apología de la felicidad, una tan grande que ha traído a nuestros sueños la utopía inalcanzable de lograr un estado permanente cercano a la beatitud, en donde estar asustado o triste no es sólo visto como un defecto sino además como un pecado inconcebible, por el cual somos capaces de tragarnos antidepresivos como si fueran vitaminas y de aceptar consejos de quienquiera que se llame a sí mismo escritor y que guarde sus obras en la sección de “auto-ayuda”.
Lo trágico de todo esto es que seguimos sin darnos cuenta que sepultando hechos y recuerdos difíciles o dolorosos sólo complicamos nuestras relaciones más íntimas, nuestra vida cotidiana y nuestra realidad. Nos estamos sumiendo en un engaño, lo que es peor, en un auto-engaño, porque creemos que protegernos de la adversidad (es decir, negando la adversidad) la hará desaparecer. Y como resultado lo único que obtenemos es la incapacidad de prestar atención a aspectos cruciales de nuestra realidad, para evitar las consecuencias, negativas, e incluso algunas veces positivas, que estos podrían traernos.
La sociedad, nuestra sociedad, ha aceptado tácitamente este autoengaño, en donde nos convencemos que las cosas sólo tienen un modo de salir (bien, por supuesto), y aunque esto puede ser a veces benigno e incluso necesario, también puede resultar peligroso y disminuir nuestra capacidad de vivir plenamente.

Supongamos, por ejemplo, que tenemos a un niño pequeño. Supongamos, siguiendo con el ejemplo, que ese niño pequeño es nuestro hijo. Digamos entonces que, naturalmente, queremos que éste sea tan feliz como le sea posible. Entonces, ante cualquier deseo que manifieste, nosotros corremos, como los increíbles padres que somos, a cumplirle al crío su más mínima voluntad. No toleramos ni un atisbo de puchero, ni la más mínima insinuación de lágrima, porque eso nos haría sentir que hemos fallado en nuestra tarea de criarlo. ¿Qué pasa entonces con el niño? Va creciendo poco a poco, y se da cuenta que por mucho que grite y patalee, la chica que le gusta no acepta su invitación al cine, si no se cuida bien se enferma y si no se dedica lo suficiente lo echan del trabajo. Nuestro pequeño niño, la luz de nuestros ojos, creció y sin saber cómo terminó convirtiéndose en un tirano despreciable, sin tolerancia a la frustración y, lo peor de todo, infeliz. ¿Qué fue lo que hicimos mal? Que dejamos al niño en esta burbuja paradisíaca que no encaja con los sinsabores que incluye el mundo real, lo hemos dejado en un escenario que no concuerda con el guión que le está preestablecido.

Tenemos que sacarnos de la cabeza esta idea de satisfacción completa e incondicional que realmente no existe, y que lo único que nos causa es frustración e insatisfacción. El aceptar los sufrimientos de la vida es el primer paso para llevar una existencia plena.
Porque puede que el sufrimiento nos haga sentir mal, pero eso no implica que SEA un mal. La tristeza, amargura, nostalgia o como sea que la denominemos es una parte tan fundamental de nosotros como la alegría; es ese conocimiento de lo que nos hace falta, de lo que necesitamos, lo que nos hace progresar, inventar, crear. Necesitamos de ese momento para mirar atrás, contemplar nuestros errores (que sin importar cuanto lo intentemos seguiremos cometiendo, es que errar es humano, y, aunque a veces nos cueste admitirlo, seguimos sin ser más que simples mortales) y decidir entonces cual es el camino que nos conviene tomar ahora. Es hora de dejar de ver la melancolía como una enfermedad indeseable y empezar a valorarla como la pulsión vital que representa.


En portugués el sentimiento melancólico que recuerda la alegría es llamado “saudade”. Es uno de los conceptos más difíciles de traducir y, sin embargo, es considerado un aspecto clave en la lengua y cultura tanto portuguesa como brasileña, siendo, por ejemplo, la base del fado y de la samba y adquiriendo la forma de “una voz que contiene la esencia de la vida, la tristeza y la alegría, el pasado (recuerdos), el presente y el futuro en un instante simultáneo” (3). Este concepto es tan importante en esta cultura que incluso inició un movimiento (saudosismo) e inspiró (y sigue inspirando) decenas de poemas, canciones y ensayos.
No podemos pretender deshacernos de sentimientos como ese y vivir en una sociedad que no sea tan descabellada como la de Huxley, en donde la felicidad es confundida con el conformismo y el sometimiento, y los sueños y aspiraciones tergiversados y vistos como traición ¿cuántas veces más tendremos que ahogarnos en “soma” para darnos cuenta de que ahí no se encuentra la salida?

Está dentro del hombre tener estas pulsiones melancólicas; Empédocles de Agrigento (filósofo griego) y posteriormente Freud identificaron dos principios básicos dentro del hombre: Eros (pulsión de vida) y Tánatos (pulsión de muerte). Dentro de esta última se encuentra lo que Freud llama “compulsión de repetición”, publicada dentro de su libro “Más allá del principio del placer”. Dentro de él plantea que es normal en el hombre repetir aquellas acciones que nos causen emociones fuertes, sin importar si ellas provienen de situaciones placenteras.
Podemos decir entonces que el hombre está “programado” para repetir escenarios que nos traen alegría pura, de igual manera que repetirá aquellas que nos hagan sufrir, mientras nos lleven sensaciones extremas, o, visto de otro modo, que nos acerquen a la muerte; Eros crea y Tánatos destruye, pero sólo el equilibrio de ellas es lo que impulsa la vida, sin la destrucción no somos capaces de la creación.

¿Qué hubiera sido de la poesía si Pablo no hubiera escrito los versos más tristes esa noche? ¿De la literatura, si el oráculo nunca hubiera presagiado el trágico destino de Edipo Rey? ¿De la música, si Silvio no hubiera deseado tocarla ni en canciones?

Que quede claro que tampoco es que la alegría sea un sentimiento inservible, por el contrario, todos sabemos que nadie se levanta por las mañanas pensando “hoy tengo ganas de sentirme totalmente miserable”, pero una cosa es querer ver todo de modo positivo y disfrutar de nuestros logros y otra muy distinta es pensar que la vida es una cámara con “smile shutter” que sólo nos funciona cuando sonreímos.
Cambiar la visión de nuestro mundo no tiene que ver con el optimismo ingenuo ni con la euforia artificial destinada a compensar la adversidad. No estamos hablando de la princesa de Walt Disney, un castillo color de rosa y un “felices por siempre”, estamos hablando de entender la existencia con sus altos y bajos, disfrutando cada uno de sus segundos.


Claro que el sentido de la vida es ser felices. Ser felices, aceptando las adversidades del destino. Ser felices, admitiendo que errar es humano y que de los errores se aprende.
Ser felices y entender que la dicha y el sufrimiento son en igual medida la fuerza que mantiene a nuestro corazón latiendo, creando, VIVIENDO.

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